domingo, 14 de octubre de 2012

EN LA OSCURIDAD



Me mantuve en silencio por un momento, mantuve la respiración, así también la mano de Alex, mantuve mi sentir, hemorragias de recuerdos invadían el momento, recuerdos de cómo fue creciendo nuestro amor, de las tantas veces que velamos nuestras fiebres y abrazamos nuestras nostalgias, aquellas también que reíamos como si fueran los últimos días para hacerlo, momentos únicos en los cuales éramos tan felices y seguíamos siendo felices.
Al salir de ese consultorio mi alma estaba tan vacía que las lágrimas no se asomaban ni siquiera por compromiso y la sonrisa había tomado sus maletas para marcharse muy lejos, dejando un rostro tan desolado como el de un niño que no recibe regalo de navidad.
Escuchaba vagamente la voz de Alex que repetía “No te preocupes muñeca, no va a pasar nada” y automáticamente me puse a pensar cuantas veces me había dicho esa frase, sin embargo en esas oportunidades; en realidad todo salía bien, pero esta vez, no podía tranquilizarme ante su paradigma motivador, el cual tenía como propósito anular mi pena, esta vez solo quería correr tanto que me permita obtener alas y huir hacia algún planeta diferente, llevarlo conmigo y sentir que solo existíamos ambos, sin ser perseguidos por los tormentos de una trágica novela sin final feliz.
Íbamos a casa y el manejaba en silencio, pero ese silencio desgarraba la calma, hasta que empezó por decir que nuestro hijo se veía hermoso en su trajecito blanco, tal cual un ángel el día de pascuas, en esas actuaciones que realizan aquellos colegios de falsos creyentes católicos. Recordábamos el día que escandalizamos a una monja en un colegio donde quisimos matricular a nuestro hijo, y le comentamos que Alex no era bautizado y que pensaba que Jesús era un barbudo buena onda, reímos y continuamos hablando de nosotros, nuestras metas y todas aquellas cosas materiales y profesionales que habíamos alcanzado, sin embargo nada de eso tenía valor ahora.
Recordamos aquel día en el que hicimos el amor en la casa de mi madre, apoyados en una pared de la cocina mientras todos dormían y el perro no dejaba de olfatear su sexo desnudo.
Mantuvimos tal serenidad que daba la impresión que la visita al consultorio nunca existió, como si nuestras vidas siguieran su cauce natural y el siguiera siendo ese hombre que sujetaba todos mis pesares.
Llegamos a casa aquella noche y lo primero que hizo fue abrazar a mi hijo y cargarlo, se pasó jugando todo el tiempo con él y lo miraba con tal frecuencia, que pareciera que iba a borrar su rostro de tanto verlo, mi hijo acaricio su rostro y le dijo TE AMO, fue el momento más sublime de nuestras vidas hasta el día de hoy.
Mientras buscábamos conciliar el sueño, Alex mantenía mi mano sujeta y muy cerca de su pecho, nos dimos vuelta y nos mirábamos en la oscuridad, nos mirábamos con esa intensidad que solo usa el alma cuando ama, sentíamos lo tibio de nuestra respiración, mientras él decía: nunca nada nos separará. Pocos días después de aquella noche Alex no despertó más, su corazón colapso, tal y como lo predijo el medico aquel fatídico día. Alex tenía una obstrucción muy complicada, pero solo quería disfrutar sus últimos días, sin embargo todas las noches siento su recuerdo observándome en aquella tenue oscuridad, y lo oigo decir que nada nos separara.

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