Me mantuve en silencio por un
momento, mantuve la respiración, así también la mano de Alex, mantuve mi
sentir, hemorragias de recuerdos invadían el momento, recuerdos de cómo fue
creciendo nuestro amor, de las tantas veces que velamos nuestras fiebres y
abrazamos nuestras nostalgias, aquellas también que reíamos como si fueran los últimos
días para hacerlo, momentos únicos en los cuales éramos tan felices y seguíamos
siendo felices.
Al salir de ese consultorio mi
alma estaba tan vacía que las lágrimas no se asomaban ni siquiera por
compromiso y la sonrisa había tomado sus maletas para marcharse muy lejos,
dejando un rostro tan desolado como el de un niño que no recibe regalo de
navidad.
Escuchaba vagamente la voz de
Alex que repetía “No te preocupes muñeca, no va a pasar nada” y automáticamente
me puse a pensar cuantas veces me había dicho esa frase, sin embargo en esas
oportunidades; en realidad todo salía bien, pero esta vez, no podía tranquilizarme
ante su paradigma motivador, el cual tenía como propósito anular mi pena, esta
vez solo quería correr tanto que me permita obtener alas y huir hacia algún planeta
diferente, llevarlo conmigo y sentir que solo existíamos ambos, sin ser
perseguidos por los tormentos de una trágica novela sin final feliz.
Íbamos a casa y el manejaba en
silencio, pero ese silencio desgarraba la calma, hasta que empezó por decir que
nuestro hijo se veía hermoso en su trajecito blanco, tal cual un ángel el día
de pascuas, en esas actuaciones que realizan aquellos colegios de falsos
creyentes católicos. Recordábamos el día que escandalizamos a una monja en un
colegio donde quisimos matricular a nuestro hijo, y le comentamos que Alex no
era bautizado y que pensaba que Jesús era un barbudo buena onda, reímos y
continuamos hablando de nosotros, nuestras metas y todas aquellas cosas
materiales y profesionales que habíamos alcanzado, sin embargo nada de eso tenía
valor ahora.
Recordamos aquel día en el que
hicimos el amor en la casa de mi madre, apoyados en una pared de la cocina
mientras todos dormían y el perro no dejaba de olfatear su sexo desnudo.
Mantuvimos tal serenidad que daba
la impresión que la visita al consultorio nunca existió, como si nuestras vidas
siguieran su cauce natural y el siguiera siendo ese hombre que sujetaba todos
mis pesares.
Llegamos a casa aquella noche y
lo primero que hizo fue abrazar a mi hijo y cargarlo, se pasó jugando todo el
tiempo con él y lo miraba con tal frecuencia, que pareciera que iba a borrar su
rostro de tanto verlo, mi hijo acaricio su rostro y le dijo TE AMO, fue el
momento más sublime de nuestras vidas hasta el día de hoy.
Mientras buscábamos conciliar el
sueño, Alex mantenía mi mano sujeta y muy cerca de su pecho, nos dimos vuelta y
nos mirábamos en la oscuridad, nos mirábamos con esa intensidad que solo usa el
alma cuando ama, sentíamos lo tibio de nuestra respiración, mientras él decía:
nunca nada nos separará. Pocos días después de aquella noche Alex no despertó más,
su corazón colapso, tal y como lo predijo el medico aquel fatídico día. Alex tenía
una obstrucción muy complicada, pero solo quería disfrutar sus últimos días,
sin embargo todas las noches siento su recuerdo observándome en aquella tenue
oscuridad, y lo oigo decir que nada nos separara.
Por un momento sentí ser parte de la historia. Muy buena.
ResponderEliminarjajajaja, eres mi inspiracion amor TE AMO
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