En Lima es todo un acontecimiento febril el mes de octubre, las calles se visten color mora y también muchos de sus habitantes, se dice que el mes de octubre es el mes de penitencia y el hábito morado es un color que caracteriza ello.
Todos como buenos peruanos disfrutamos de la gastronomía que con el mes morado llega, los anticuchos, picarones, turrón y otros potajes están a la orden en nuestras calles echando humos con aromas suculentos. Los limeños somos espectantes del recorrido del Señor de los Milagros, el santo moreno, éste santo al que con mucha devoción honran, agradecen, prometen y piden con fervor los fieles feligreses. Yo por mi parte soy una observadora, disfruto del festín y del barullo, de algún cántico, de esos rostros fervientes llenos de esperanza y de fe y de las miradas fisgonas de algunos señores cucufatos con su hábito morado y velo blanco golpeándose el pecho por sus pecados. De camino en medio de toda la multitud pude ver un pin que brillaba a lo lejos y pensé en mi madre, mi madre es una mujer de fe, contagiada por una casa católica no practicante, pero que a su forma nos impartía normas religiosas y el bien común, eso último es lo que más me gusta de mi casa, la casa que me crío. El bien común en casa es casi como una norma, "no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan" escuchábamos Siempre, y así crecimos, siendo justos pero no cojudos, me encanta eso de mi familia. La picardía y el vaivén en las calles se siente y se vive, como decimos los peruanos: no se gana, pero se goza!, Y sí que se goza!.
Continué mi camino maravillada por todo lo que observaba, caí en cuenta que no presenciaba una procesión desde hace 20 años cuando estaba en la ventana de mi colegio ubicado en la Avenida Alfonso Ugarte. Recuerdo que en aquellas épocas nos pedían casi obligatoriamente realizar unas alfombras hechas de flores frescas para que el anda del santo pase por ahí, sin embargo, yo participaba a regaña dientes, uno porque no era creyente y dos porque pensaba que era ilógico pasarse el día haciendo eso para que unos minutos lo desbaraten todo, con los años empecé a respetar un poco más las necesidades de las personas y creo que la fe es una de ellas.
Ya de regreso a casa pensaba en lo bien que la pasé disfrutando sin querer la procesión en un día cualquiera, en el cual no planeaba divisar tal espectáculo, llegué a casa y le di el pin que había comprado a mi madre, me miró y me dijo: gracias hijita, que Dios te dé más!, Es una frase que mamá usa cada que le regalamos algo o le damos su propina mensual. En ese momento sonrío y pienso en la ternura y la fe de mi madre, para que arruinarle tanta belleza.
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