Cuando era pequeña disfrutaba mucho de leer distintos argumentos, recuerdo que a mis cortos cinco años, pude leer entre líneas y dificultosas pronunciaciones el libro que por siempre recordaré “El Caballero Carmelo”, mi abuelo en el sillón principal de la sala era el único espectador y oyente de mi torpe pero muy esmerada manera de leer, a veces sonreía y otras escuchaba atentamente corrigiendo algunas de las pronunciaciones, y yo; yo a él nunca le pude refutar, como lo hacía acaloradamente con otros, él era y es mi adoración, solo asentía con la cabeza y continuaba con mi prosa, pasábamos muchas tardes juntos y envueltos en nuestras entretenidas lecturas, otras viendo películas mexicanas a blanco y negro, escuchando uno que otro bolero de algún cantante, que hasta ahora la gente recuerda. Sin embargo, hoy por la tarde a sus 87 años el leía un documento en voz alta, haciendo su máximo esfuerzo por pronunciar bien, tratando de mantener el papel sin temblor alguno y dar lectura por sí mismo, con una frustración enorme y ya casi derrotado me miro y yo le dije: “gracias por dejarme oír tu voz”, mientras tomaba el papel y continuaba la lectura.
Al llegar a casa, busqué entre mis polvorientos libros al “Caballero Carmelo” y susurrando el nombre de mi abuelo le dije “no te rindas”, yo te recuerdo altivo y valiente, vamos Pablo tu siempre has sido mi fuerza, mi luz, mi amor, mi vida, eres el hombre más importante, eres ese hombre que revolotea sus alas y sigue de pie ante las adversidades, el que vio morir y despidió a su hijo con el pecho henchido y la frente en alto sin dejar caer lágrima alguna delante de tanta gente, ese que me decía que no llore mientras lo vestía, ese que desde que murió su esposa sigue de pie, siendo un padre ejemplar para sus hijos, claro los que le quedan, y visita a cada uno de ellos cada vez que lo cree necesario, ese que aún se sienta a escucharme, claro que ahora ya no mis prosas ni mis libros, sino las líneas que describen mi vida, mis penas y mis alegrías, ese que me abraza y me besa cada vez que llego y cada vez que me voy, no te rindas viejito, tu solo me has enseñado a ser valiente, y valiente siempre te recuerdo.
Comprendo que empezaremos a recorrer un sendero distinto, tomados de la mano y del corazón, manteniendo esa calma que siempre me inculcaste y ese amor que a pesar de mis malos ratos y mis malas experiencias aún guardo, gracias Pablo por revolotear mi vida cada vez que te miro, cada vez que observo una a una las arrugas de tu piel, derrochando tanta sabiduría, gracias por esos ojos que aún gastados son recontra sinceros, gracias por cada una de esas lisuras que dices cuando estas sorprendido o en pocas oportunidades molesto, gracias por ese chisme que por ahí te enteraste y que me hacen el día, gracias por ser mi más fiel y amado compañero.
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