Desde muy pequeña he convivido con más varones que mujeres, mis primos; todos varones, mi abuelo; que fue como mí aliado, mi mejor amigo hasta ahora, de mujeres pocas; mi madre, mi tía y mi abuela, pocas pero bastante significativas, empiezo escribiendo esto por lo siguiente:
Hace poco conversaba con un buen amigo y este me preguntó si yo tenía un paño de lágrimas, es decir; esa amiga que casi todas las mujeres tienen a la cual le cuentan sus “cosas” y necesitan como aliada, como cómplice para victimizarse y vengarse de esos “malditos” que las hacen sufrir. Pues le dije que no, que no tenía un paño de lágrimas, porque primero; detesto eso de las mujeres y segundo porque prefiero un amigo. Dejó de comer, soltó sus cubiertos y dijo: - yo tampoco entiendo a las mujeres, eso me causó mucha risa, porque quiera o no, yo también soy mujer, aunque tampoco las entienda, le dije que no creía necesario ser la víctima; y pues prefiero un amigo porque los hombres de mi casa siempre han tenido el consejo preciso, con las palabras exactas y con esa mirada firme que transmite seguridad; a veces pienso que eso me hizo así, como dice mi abuelo, algo diferente.
Ahora volviendo al inicio las mujeres de mi casa, sobre todo dos de ellas se han quejado de los hombres desde que tengo uso de razón, primero mi abuela, mis abuelos como toda pareja antigua, pues vivían una relación a la antigua; sin embargo mi abuela se quejaba constantemente de las infidelidades de mi abuelo, cosa que me molestaba demasiado, no por las infidelidades, sino por las quejas de mi abuela, yo me preguntaba y hasta ahora me pregunto, que rayos hacen viviendo con un hombre infiel, y si viven con él, entonces no se deben quejar. Por otro lado muchas personas dirían que antes las mujeres no se separaban de sus esposos por varias razones sociales que ahora pues no tienen necesidad de soportar, en fin, esa es la historia de mis abuelos.
La segunda mujer que se quejaba, en este caso de mi padre, fue mi madre; mi madre, vivía sumida en un mundo de incomodidad, casada con ese hombre ordinario al que no soportaba en muchas ocasiones de la vida cotidiana, nunca le escuche queja de que sea infiel, sus quejas eran por sus malos modales y su mala forma de comportarse en público, claro estaba, mi madre venia de una buena familia y este señor era uno más de la avalancha sureña que migro a lima. Ahora, porque se casaron, esa es una historia bastante larga que prefiero evitar, pero lo que me alivió en aquella época fue que esta magnánima mujer; mi madre, abandonó a este pobre diablo, bueno abandonó entre comillas, porque esta alimaña se fue con otra mujer, dejándonos a nuestra suerte, en fin esa también es otra historia larga, de la cual me siento muy orgullosa.
Finalmente mi tía, mi tía; una mujer rebelde, pero con un corazón más puro que el cielo, se casó con un señor proveniente de la sierra del país, al cual toda mi familia tacha desde que tengo memoria, pues nadie lo quiere, primero; porque es “serrano”, eso dicen mis abuelos, cosa que bueno no discuto, cada uno tiene sus ideas, aunque no estuvieron muy equivocados con la frase constante que escuche en ellos siempre: “serrano que no pega, no es serrano”. Digo que no estuvieron equivocados por lo siguiente: esta mujer de carácter rebelde, se fue con este hombre a vivir su más ingrata experiencia; pasó una vida miserable, de trabajo, tuvo muchos hijos y le propinaban una paliza todos los fines de semana sin falta, sin embargo; esta fue la única mujer que no se quejó, a la que jamás escuche hablar mal, ni quejumbrosamente de su marido, cuando pienso en ella muchas veces quedo en la incertidumbre si dentro de todo fue feliz, pues a veces dicen que cada uno es feliz a su manera; ya que, hasta ahora vive con él, tiene hijos, nietos y hasta un bisnieto, mi tía; esta mujer de corazón bonachón siempre sonríe, siempre.
Escribí esto después de un domingo que pase en casa de mi madre, donde hay un óleo que retrata a mis abuelos el día de su boda, donde mi madre guarda aun con afán un álbum empolvado de su matrimonio y donde hay también una foto mía en la boda de mi tía puesta en un cuadrito sobre una mesa de fotos que tiene en la sala principal de la casa. Pues que retratos para mentirosos, a veces me pregunto si esas mujeres tuvieron “paño de lágrimas”, porque si fue así, no les funcionó la venganza ni la tragedia.
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