viernes, 15 de febrero de 2013

LLEGÓ UNA EXTRAÑA



Hace unos días estaba en casa, como suelo estarlo los últimos meses, parecen días de invierno, como aquellos inviernos en los que uno solo quiere estar en cama o escribiendo y tomando sopa artificial, con la diferencia que es temporada de verano; mantengo el aire encendido, suelo ir al súper quincenalmente y cocinar a diario lo que se me ocurra mezclar, algunos pensarían que es una vida sola y hasta triste, pero la verdad me siento muy cómoda así. Veo películas de esas, sin final feliz y lloro a veces fantaseando ser la protagonista, me levanto al baño rascándome el trasero, con la seguridad de que nadie me está mirando, pero quien podría hacerlo, si estoy sola y no digo que estoy sola porque me sienta así, estoy sola porque yo soy así.

Pues uno de estos días grandiosos sonó mi teléfono, al levantar el auricular, era ella, ella con su voz tan perfecta, seguía siendo la misma, tenía aun ese talento de sonsacar cuales eran tus planes, antes de que pudieras inventar algo para evitar su visita y de pronto terminaba diciendo: - llego en media hora.

Rápidamente empecé a arreglar el departamento, teniendo mucho cuidado de que todo esté en perfecto orden y muy limpio, escondiendo cosas en algunas gavetas y otras dentro de los cestos de ropa sucia, desempolvando los mostradores de alguna manera rápida y poco torpe, para que pareciese estar todo reluciente.

Al sonar el timbre sentí ese escalofrío que uno siente en el estómago, cuando te presentas a una entrevista de trabajo o cuando tienes que dar un discurso frente a 300 personas, ese que te puede petrificar en algunas ocasiones, decidí respirar hondo y abrir la puerta.

Al verla fue como una luz, algo que no veía hace mucho, hermosa, altiva, siempre elegante, con ese cabello perfecto y ese rostro precioso. Solo me miro y sonrió, mientras yo hacia el ademan para que pase. Se dirigió a la sala, se sentó, se puso cómoda, pero algo en ella no estaba igual, no sentí ese calambre en el estómago, ni sus ganas de criticar todo lo que veía, como casi siempre lo hacía, no vi ese ímpetu por hacerme sentir mal de alguna manera, me miró con pena y a veces con desconsuelo, conversábamos cosas vanas; cosas que conversan dos personas que se encuentran en medio de la calle y sienten que ha pasado mucho tiempo. Empezaron esos silencios incómodos esos que quizá a veces es bueno evitar; en ese momento quise explotar y decir y gritar todo lo que había maquinado durante el tiempo que pase sin verla, pero sin embargo pensé en la frase que repetía mi abuelo constantemente: “hay cosas que simplemente YA NO se deben decir”.

Cuando empecé a percibir esa incomodidad cada vez más frecuente la invité a cenar, puse la mesa, mientras hablábamos acerca de mi hermana y de sus planes a futuro, serví la comida y dos copas de vino, la invite a sentarse, cenamos casi sin hablar, hasta que dijo que la cena estaba exquisita, luego alegó que su visita fue solo para cerciorarse de que no estuviera más flaca de lo normal y que todo esté en orden. Finalmente me di cuenta que aún conservaba algo de su esencia, pero era algo muy mínimo, no hubo críticas, ni señalamientos, ni culpas, ni llanto, ni discusiones, ni nada que se le pareciera. A mi casa había entrado una extraña y no me di cuenta, cene con una extraña y no sé cómo apareció ahí. Esa mujer no era mi madre, esa mujer era una extraña.

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