Y me senté en el café de la esquina acostumbrada, con la mente en desconcierto y el alma empapada de confusiones y recuerdos, aquellos que al repetirse uno tras otro, desafiaban mi tranquilidad, aquellos recuerdos tan vanos y a la vez tan llenos de cosas fantásticas. Esas sombras me acompañaban, esas sombras transparentes y oscuras, esas sombras que parecían luceros desbordando sus enormes ojos negros, esos ojos que habían visto pasar ya algunas vidas, ojos que aunque jóvenes expedían una mirada infinita, como si por ellos hubieran pasado millones de años cargados de sentimientos profundos.
Cuando levantó la mirada él estaba ahí apoyado en el mostrador observándola, a través de un ventanal, la miraba como si ella fuese una muestra de arte, contemplaba sus expresiones, su seriedad, su concentración al escribir, los gestos en su rostro, el movimiento de su cabello ondeado regido por el aire, la calidez y el color tornasolado de su piel. El presentaba un perfil conservador, vestido de traje, se veía impecable como si lo hubiesen armado con yeso, una escultura griega perfecta, como si sus años acompañaran definidamente esa apariencia, su mirada era penetrante, tan encendida que cuando la miraba ella solía enrojecer y sentir un calor recorriendo la superficie de su piel, el se acercó y casi clandestinamente la besó, ¿como estas hoy? - le pregunto…amándote más que ayer contestó ella, el sonrío…hoy pensé en ti como un loco dijo él…ella cogió su mano y entrelazo sus dedos con los de él…él se acercó a su oído y dulcemente le susurro TE AMO… ella dejo correr una lágrima y le dijo en voz baja….vámonos…caminaron hacia el auto, el auto que había sido cómplice de sus pasionales encuentros, cómplice de aquellas noches en las cuales se pasaban desnudando sus pensamientos, escuchándose uno al otro, noches en las que reían y lloraban, noches en las que se amaban y peleaban, noches que adoraban.
Lima, 2011