domingo, 21 de abril de 2013

SUSURRANDO TU NOMBRE

Cuando era pequeña disfrutaba mucho de leer distintos argumentos, recuerdo que a mis cortos cinco años, pude leer entre líneas y dificultosas pronunciaciones el libro que por siempre recordaré “El Caballero Carmelo”, mi abuelo en el sillón principal de la sala era el único espectador y oyente de mi torpe pero muy esmerada manera de leer, a veces sonreía y otras escuchaba atentamente corrigiendo algunas de las pronunciaciones, y yo; yo a él nunca le pude refutar, como lo hacía acaloradamente con otros, él era y es mi adoración, solo asentía con la cabeza y continuaba con mi prosa, pasábamos muchas tardes juntos y envueltos en nuestras entretenidas lecturas, otras viendo películas mexicanas a blanco y negro, escuchando uno que otro bolero de algún cantante, que hasta ahora la gente recuerda. Sin embargo, hoy por la tarde a sus 87 años el leía un documento en voz alta, haciendo su máximo esfuerzo por pronunciar bien, tratando de mantener el papel sin temblor alguno y dar lectura por sí mismo, con una frustración enorme y ya casi derrotado me miro y yo le dije: “gracias por dejarme oír tu voz”, mientras tomaba el papel y continuaba la lectura.

Al llegar a casa, busqué entre mis polvorientos libros al “Caballero Carmelo” y susurrando el nombre de mi abuelo le dije “no te rindas”, yo te recuerdo altivo y valiente, vamos Pablo tu siempre has sido mi fuerza, mi luz, mi amor, mi vida, eres el hombre más importante, eres ese hombre que revolotea sus alas y sigue de pie ante las adversidades, el que vio morir y despidió a su hijo con el pecho henchido y la frente en alto sin dejar caer lágrima alguna delante de tanta gente, ese que me decía que no llore mientras lo vestía, ese que desde que murió su esposa sigue de pie, siendo un padre ejemplar para sus hijos, claro los que le quedan, y visita a cada uno de ellos cada vez que lo cree necesario, ese que aún se sienta a escucharme, claro que ahora ya no mis prosas ni mis libros, sino las líneas que describen mi vida, mis penas y mis alegrías, ese que me abraza y me besa cada vez que llego y cada vez que me voy, no te rindas viejito, tu solo me has enseñado a ser valiente, y valiente siempre te recuerdo. 

Comprendo que empezaremos a recorrer un sendero distinto, tomados de la mano y del corazón, manteniendo esa calma que siempre me inculcaste y ese amor que a pesar de mis malos ratos y mis malas experiencias aún guardo, gracias Pablo por revolotear mi vida cada vez que te miro, cada vez que observo una a una las arrugas de tu piel, derrochando tanta sabiduría, gracias por esos ojos que aún gastados son recontra sinceros, gracias por cada una de esas lisuras que dices cuando estas sorprendido o en pocas oportunidades molesto, gracias por ese chisme que por ahí te enteraste y que me hacen el día, gracias por ser mi más fiel y amado compañero.

martes, 9 de abril de 2013

RETRATOS MENTIROSOS

Desde muy pequeña he convivido con más varones que mujeres, mis primos; todos varones, mi abuelo; que fue como mí aliado, mi mejor amigo hasta ahora, de mujeres pocas; mi madre, mi tía y mi abuela, pocas pero bastante significativas, empiezo escribiendo esto por lo siguiente:

Hace poco conversaba con un buen amigo y este me preguntó si yo tenía un paño de lágrimas, es decir; esa amiga que casi todas las mujeres tienen a la cual le cuentan sus “cosas” y necesitan como aliada, como cómplice para victimizarse y vengarse de esos “malditos” que las hacen sufrir. Pues le dije que no, que no tenía un paño de lágrimas, porque primero; detesto eso de las mujeres y segundo porque prefiero un amigo. Dejó de comer, soltó sus cubiertos y dijo: - yo tampoco entiendo a las mujeres, eso me causó mucha risa, porque quiera o no, yo también soy mujer, aunque tampoco las entienda, le dije que no creía necesario ser la víctima; y pues prefiero un amigo porque los hombres de mi casa siempre han tenido el consejo preciso, con las palabras exactas y con esa mirada firme que transmite seguridad; a veces pienso que eso me hizo así, como dice mi abuelo, algo diferente. 

Ahora volviendo al inicio las mujeres de mi casa, sobre todo dos de ellas se han quejado de los hombres desde que tengo uso de razón, primero mi abuela, mis abuelos como toda pareja antigua, pues vivían una relación a la antigua; sin embargo mi abuela se quejaba constantemente de las infidelidades de mi abuelo, cosa que me molestaba demasiado, no por las infidelidades, sino por las quejas de mi abuela, yo me preguntaba y hasta ahora me pregunto, que rayos hacen viviendo con un hombre infiel, y si viven con él, entonces no se deben quejar. Por otro lado muchas personas dirían que antes las mujeres no se separaban de sus esposos por varias razones sociales que ahora pues no tienen necesidad de soportar, en fin, esa es la historia de mis abuelos. 

La segunda mujer que se quejaba, en este caso de mi padre, fue mi madre; mi madre, vivía sumida en un mundo de incomodidad, casada con ese hombre ordinario al que no soportaba en muchas ocasiones de la vida cotidiana, nunca le escuche queja de que sea infiel, sus quejas eran por sus malos modales y su mala forma de comportarse en público, claro estaba, mi madre venia de una buena familia y este señor era uno más de la avalancha sureña que migro a lima. Ahora, porque se casaron, esa es una historia bastante larga que prefiero evitar, pero lo que me alivió en aquella época fue que esta magnánima mujer; mi madre, abandonó a este pobre diablo, bueno abandonó entre comillas, porque esta alimaña se fue con otra mujer, dejándonos a nuestra suerte, en fin esa también es otra historia larga, de la cual me siento muy orgullosa. 

Finalmente mi tía, mi tía; una mujer rebelde, pero con un corazón más puro que el cielo, se casó con un señor proveniente de la sierra del país, al cual toda mi familia tacha desde que tengo memoria, pues nadie lo quiere, primero; porque es “serrano”, eso dicen mis abuelos, cosa que bueno no discuto, cada uno tiene sus ideas, aunque no estuvieron muy equivocados con la frase constante que escuche en ellos siempre: “serrano que no pega, no es serrano”. Digo que no estuvieron equivocados por lo siguiente: esta mujer de carácter rebelde, se fue con este hombre a vivir su más ingrata experiencia; pasó una vida miserable, de trabajo, tuvo muchos hijos y le propinaban una paliza todos los fines de semana sin falta, sin embargo; esta fue la única mujer que no se quejó, a la que jamás escuche hablar mal, ni quejumbrosamente de su marido, cuando pienso en ella muchas veces quedo en la incertidumbre si dentro de todo fue feliz, pues a veces dicen que cada uno es feliz a su manera; ya que, hasta ahora vive con él, tiene hijos, nietos y hasta un bisnieto, mi tía; esta mujer de corazón bonachón siempre sonríe, siempre. 

Escribí esto después de un domingo que pase en casa de mi madre, donde hay un óleo que retrata a mis abuelos el día de su boda, donde mi madre guarda aun con afán un álbum empolvado de su matrimonio y donde hay también una foto mía en la boda de mi tía puesta en un cuadrito sobre una mesa de fotos que tiene en la sala principal de la casa. Pues que retratos para mentirosos, a veces me pregunto si esas mujeres tuvieron “paño de lágrimas”, porque si fue así, no les funcionó la venganza ni la tragedia.